Sale una tarde de manga corta en Valladolid a sólo unas horas de que cambie la hora del verano al invierno, esa que hace dos años anunciaron en las altas esferas –que hay que imaginarse a los dirigentes metidos en una burbuja para darle sentido a lo de las esferas– que ya no se cambiaría más. Cambia también el balón de verano, que se veía bien, al de invierno, que se ve mal, como una mancha gris cuando hay luz natural y rosa con la artificial, y se olvidan las razones primitivas de tener más visibilidad con una pelota que cuando llegue la niebla tendrá que encender las luces largas.
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