Decía hace unos días Roger Federer que, en el fondo, de alguna manera, él siempre tendrá un recogepelotas en su interior. Hablaba el suizo con nostalgia porque lo hacía en casa y contabiliza ya 38 primaveras, luego la cuerda va agotándose y con frecuencia tiene que rebobinar. Se refería Federer a 1993, cuando iba en bicicleta al torneo y recibía la medalla de manos de Miachel Stich, un exjugador alemán que hoy día dirige el torneo de Hamburgo. Pero ahora es él, el hombre de los 20 grandes, quien las cuelga y quien reparte pizza entre jóvenes y voluntarios, tradición que se repite una y otra vez.
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