Antes de la final de la Copa, todo el barcelonismo señalaba a Messi como el mejor antidepresivo posible, el ungüento que podía revitalizar a un equipo que se quedó cojo y tuerto en Anfield, también anémico. “Esto lo soluciona el enano”, se escuchaba por los vomitorios del Villamarín al tiempo que su padre Jorge y su hermano Rodrigo buscaban las localidades asignadas en el estadio junto a unos pocos amigos. Pero el día en el que se decidió envolver a Messi de centrocampistas, pues hasta cinco le escudaban en el tapete si se atiende a Coutinho como tal, el argentino se quedó más solo que la una. Y aun así, casi bastó.
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