En Italia como en el Giro todo sucede súbito, radical, y así llega la primavera de golpe al valle tirolés la víspera gris, anunciada a los ciclistas por las esquilas alegres de las vacas en el prado verde junto a su hotel, aunque a las cinco de la mañana las primeras luces del amanecer claro ya la hacían presagiar. El sol aumenta el temor, regresa el polen, regresan las procesionarias a los pinos, las alergias anegadas en los diluvios fríos de los días anteriores rebrotan, y el líder, Carapaz, lo conjura montando sobre una bici rosa como su maglia rosa que le han puesto los del Movistar como regalo sorpresa la noche larga de su cumpleaños celebrado con una tarta, unas bengalas y un discurso cuando calló el acordeón de un paisano que le festejaba: “La mejor celebración de mi vida”, les dice a sus siete compañeros. “Todos hemos hecho muy bien nuestro trabajo y por eso estoy aquí, de rosa; y debemos seguir haciéndolo”.
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