El de las chapas era un juego divertido, apasionante, de los que podían tener entretenidos a cuatro o cinco niños una tarde entera, a veces todo un verano. Recuerdo, además, que cierta marca de refrescos comenzó a decorar con fotos de ciclistas el interior de sus tapones y en poco más de una semana habíamos conseguido Sito y yo acumular las suficientes como para formar un gran pelotón: ventajas de criarse en un bar. Sin embargo, nos seguían faltando dos componentes que impregnaran de mayor realismo aquella maravillosa farsa.
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