Eran casi las cinco de la tarde en París, cuando Serena Williams cruzó el marco de la sala de conferencias con paso firme y la mirada al frente, y sus ojos prácticamente cubiertos por la visera de una gorra. Poco antes había derrotado a Kurumi Nara (6-3 y 6-2) en su segundo partido en Roland Garros, un torneo que ha conquistado tres veces, pero que se le resiste desde 2015. Su cara era de pocos amigos y su habitual melosidad en las respuestas y su expresividad característica se esfumaron a no se sabe dónde.
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