Como si el Ebro pasara por Vitoria y los vientos del Moncayo soplaran hacia el noroeste, el Zaragoza se paseó por el Buesa Arena. La cancha alavesa era la plaza del Pilar o el paseo de la Independencia. Porfi Fisac y sus hombres parecían conocer cada tabla del parqué como las que pisan cada día en el Príncipe Felipe. Derrotaron sin paliativos a un Baskonia que se complica la existencia y los vascos se quedan colgados del precipicio. Deben ganar el domingo en Zaragoza para seguir con opciones de acceder a las semifinales, y no era esto lo que esperaban. Los aragoneses convirtieron las gradas del habitualmente bullicioso pabellón baskonista en un cementerio.
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