Arsenal y Chelsea exportaron el derby de Londres a 4.000 kilómetros hacia el este, distancia que no se sale de la jurisdicción de la UEFA pero que inmediatamente inspiró sentimientos atávicos en la hinchada occidental. Resultó que a pesar de las protestas de los sufridos seguidores ingleses Europa no acaba en el Canal de la Mancha ni en las selva de Bohemia sino que se extiende sobre el Cáucaso y sobre la exótica Bakú con sus aromas bárbaros y su fabuloso estadio, tan grande y tan olímpico que los jugadores parecieron aislados en medio de una pradera lejana, inaccesible al aliento de la muchedumbre de peregrinos. La idea de enajenación presidió el arranque del partido. Baste decir que los mejores jugadores implicados, Mesut Özil y Eden Hazard, tardaron media hora en entrar en juego. El tiempo que les llevó encontrar a sus equipos voluntariamente perdidos en un paisaje extraño. Se adelantó Hazard, vencedor en todos los apartados al concluir la velada. Su última actuación para el Chelsea sirve de broche dorado a su carrera inglesa.
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