Lo nuevo y lo viejo. La relevancia excepcional de la Copa del Mundo es inamovible desde su creación por su fuerza representativa. Son naciones que juegan. La Champions, en cambio, crece cada año como símbolo, como espectáculo y como guadaña. Como símbolo porque expresa la dirección hacia la que va el fútbol: desde los rituales hasta la comercialización y la expresión de una tendencia cada vez más aristocrática del juego más popular. Como espectáculo porque hoy, sencillamente, se para el mundo por un partido. Y como guadaña porque el gigantismo de la Champions ha reducido a las competiciones nacionales hasta el punto de que a entrenadores que ganaron sus Ligas con autoridad, como Valverde, Tuchel o Allegri, los representamos como fracasados. El Wanda le presta su escenario a todo lo nuevo que representa la Champions, pero la seducción está en lo viejo: la incertidumbre del resultado y el talento de los jugadores.
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