Cuando se acercan por valle, las montañas que les esperan al fondo, el Adamello sobre todas, les esperan ocultas a medias por nubes bajas. Les amenazan. Son la boca enorme de un ogro bien abierta para engullirlos, deglutirlos, metabolizarlos, y, ya piltrafas, dejarlos tirados por las carreteras, preguntándose, ¿qué hago yo aquí? Carapaz no se lo pregunta, Carapaz, amigo del agua y de las montañas, proclama: voy a ganar el Giro. Nibali, su agresividad reconducida, ha realizado eficientemente el trabajo de buldócer que le reclamaba el ecuatoriano; Roglic ha perdido más de un minuto más. El Giro abierto se acabó.
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