Son las once de la mañana en París, y los accesos a la pista 4 de entrenamiento ya están colapsados. El silencioso peloteo que transcurre en el espacio anexo, donde Roger Federer se afina antes de su première, contrasta con los crujidos del cordaje de Rafael Nadal. Revienta cada bola el balear sin contención alguna, como si el partidillo contra el serbio Dusan Lajovic fuera oficial y como si necesitara que el tiempo pasase más rápido para abrir fuego cuanto antes. Tanto ímpetu le pone a la cosa que al descolgar una toalla tira sin querer un micrófono de ambiente que se detiene a pocos centímetros de su cara. “Todo está perfecto”, responde tras la sesión su preparador, Carlos Moyà, cuando se le interroga sobre cómo ha aterrizado en París el Extraterrestre, definido así el balear por diversos cotidianos franceses.
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