“A Pedrito ni me lo toques”, respondió Pep Guardiola el 2 de septiembre de 2007 cuando los periodistas que presenciaron el debut del técnico como entrenador del Barça B le preguntaron quién era el 7 de su equipo que acababa de empatar a cero en Premià. Pedro Rodríguez (Santa Cruz de Tenerife, 1987) no parecía entonces un jugador válido ni siquiera para Tercera División. No tenía padrinos ni aduladores, sino que era un anónimo en la afamada Masia. Aquel chico de Abades, cuyo padre trabajaba en una gasolinera y su madre ejercía de madre de casa, preparaba ya la maleta para seguir su vida futbolística en el Portuense cuando apareció Guardiola y le convirtió en el santo y seña del equipo del Miniestadi y después del Camp Nou.
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