Cuando Richard Carapaz ataca y vuela en las montañas del Giro de Italia, tan ligero, a una mujer en Pamplona comienza a latirle el corazón casi tan rápido, con tanta impaciencia, como al ecuatoriano desencadenado. No, no es su madre que sufre, orgullosa de su niño, ni sus hermanas ni su esposa; se trata de su entrenadora, que analiza científica, calcula al vuelo los vatios que descarga su entrenado, concluye cuántos kilómetros resistirá a ese ritmo y, finalmente, sorprendida, aplaude.
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