Aunque no es habitual en un entrenador, Jürgen Klopp sí que salió al césped mientras sus jugadores calentaban antes del encuentro. No es que diera instrucciones, sino que atendía a las evoluciones de sus jugadores, a los ejercicios más que preparados y repetidos que tenían que realizar para entrar en calor y lanzar a portería. Pero cuando se dio la vuelta, se quedó petrificado. Hasta tres minutos se quedó mirando cómo calentaba el Barcelona, pues los jugadores se pasaban la pelota de ida y vuelta, casi en estático. “Si nosotros preparáramos así los partidos, nos meterían 18-0. Es cuestión de mentalidad”, dijo hace unos meses Luciano Spalletti, el técnico del Inter. Klopp debió de pensar algo similar. Pero a buen seguro que cambió de opinión en la siguiente ocasión que volvió a pisar el césped. Para entonces, su equipo ya había perdido por 3-0 y no le quedó otra que repartir caricias a sus abatidos jugadores, también choques de mano con los del Barça y un abrazo a Messi para acabar con una escueta conversación con su compatriota Ter Stegen. Después, ya solo porque todos sus futbolistas habían enfilado el túnel de vestuarios, se acercó a la zona donde estaban los hinchas ingleses y se tocó el corazón, les señaló y les aplaudió. La tristeza iba por dentro.
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