Los Juegos Olímpicos de México se inauguraron con un vuelo de pichones de la paz, el 12 de octubre de 1968. Lo hizo el presidente Gustavo Díaz Ordaz “con una sonrisa de satisfacción tan amplia como su hocico sangriento”, escribe Carlos Fuentes. El novelista se refiere con su mención a la sangre a la matanza de la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, apenas una semana antes (2 de octubre), en la que centenares, quizá miles de personas (50 años después todavía no hay cifras oficiales) fueron ametralladas, detenidas o desaparecieron bajo la acción de la policía y el ejército mexicano. Para la historia ha quedado esa masacre mucho más que los propios Juegos Olímpicos.
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