La Copa Ryder convirtió un campo de golf de París en un estadio de fútbol, donde la muchedumbre dividió ruidosamente su apoyo a europeos y estadounidenses. Es posible que los más puristas detesten el carácter pasional y hasta gritón que predomina en la atmósfera del torneo, pero también es la evidencia de su enorme éxito y de la extraña sensación que ahora mismo inspira. En medio de la inquietante Europa actual, sometida a tensiones que van desde un autoritarismo de aroma fascista en algunos países hasta el desgarrador Brexit, pasando por la erosión de la idea comunitaria, la Ryder proclamó, aunque fuera de forma metafórica, el tremendo potencial de la cohesión, la generosidad y el trabajo bien hecho.
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