Debió de ser una de esas pocas tardes en la que en el entreacto no escuchó la advertencia de todo entrenador: “Cuidado con las espaldas”. Un consejo tan manido como capital para los laterales porque se sabe que una diagonal del extremo o una carrera en profundidad pueden desmontar cualquier entramado defensivo. Pero para Jordi Alba no fue un problema, siquiera una preocupación, lo que ocurría por su retrovisor porque el Madrid no atesoró la pelota para abrir huecos, para encontrar a Bale en el costado y al galope. Nada mejor para el carrilero azulgrana, que en ataque da gas y goles, como expresó frente al equipo de Lopetegui, lejos de ser solo el compinche de Messi como ocurre con frecuencia. Un recital que resultó ser la combinación correcta de la caja fuerte blanca y que bastó para desequilibrar el clásico.
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