Todo adquiere un tinte dramático en manos de Mourinho. Incluso los triunfos, que con el paso del tiempo tienden a enquistarse más que a celebrarse o simplemente recordarse. Quizás sea la naturaleza propia de los grandes entrenadores cuyo legado no puede medirse con simples datos estadísticos y nos obliga a introducir variables de carácter afectivo, monopolistas de lealtades y rencores que permanecen inalterables mucho tiempo después de su partida. Se va Mourinho –o mejor dicho, lo echan- del Manchester United dejando tras de sí un escenario idéntico al de anteriores aventuras, al menos desde un punto de vista social: hordas de partidarios enfrentados a legiones de detractores, sin apenas margen para la neutralidad o la indiferencia.
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