En situaciones límite es necesario tener sangre fría. Lo dicen –o lo deberían decir, si existieran–, los manuales del buen agente secreto, o del detective que se mete en terrenos pantanosos. Eso es lo que esperaba el espectador de la actuación de Humprey Bogart en el Rey del Hampa o el Sueño Eterno. Aduriz no tiene la parálisis facial que le permitía al mito del cine, componer ese rictus con el que parecía estar de vuelta de todo, es mucho más expresivo, y por supuesto, nunca se tomaría esos tragos de licor a palo seco, que se beben en las películas de intriga.
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