En el Atano III, el frontón aledaño al campo de Anoeta, cuentan, hubo apostantes que perdieron el caserío en un partido de pelota, y eso en tiempos en los que las apuestas estaban prohibidas en España salvo en el deporte vasco; en los frontones, en los desafíos rurales. En las traineras, los corredores –intermediarios entre un apostante y otro– cantaban los momios de las apuestas cuando Franco presenciaba las regatas de la Concha desde el yate Azor.
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