Para comprender lo que supuso la irrupción de Severiano Ballesteros en el mundo del golf conviene mirar fuera de España. No es que aquí se le haya hurtado la importancia debida, lo que sería, cuando menos, discutible. Se trata simplemente de comprobar el alcance de su figura, de su legado, a menudo infravalorado dentro de nuestras fronteras porque, quizás y solo quizás, España sigue siendo un país futbolero hasta el extremo, donde el golf no termina de quitarse esa vitola de deporte elitista, restringido y hasta, por qué no decirlo, pijo.
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