El primer balón. El primer chispazo. Una falta rápida sacada por Koke, la puja de Torres con Crespo y Griezmann atento para empalar un zurdazo desde fuera del área. No llevaba ni un minuto en el campo el francés. Y en esos segundos, el Atlético tuvo lo que no había tenido en todo el primer tiempo: su alma y su molde. Celeridad para sacar la falta, voltaje para ir a la presión y decisión para hacer el remate. La jugada debe ser un ejemplo para todos los futbolistas a los que Simeone concedió una oportunidad.
Fue un órdago en toda regla la alineación del Atlético. Siete no habituales con la Liga en juego. La sombra de la final de la Champions a 90 minutos debió pesar en ese once temerario. Si el órdago fue del técnico, el envite recogido por la ristra de su segunda unidad fue timorato porque la trascendencia del duelo les exigía otra cosa. No fueron alineados en una primera ronda de Copa una fría noche de invierno con las gradas semivacías. Fueron puestos a jugar en un duelo con la Liga en juego y el Calderón a reventar. Por encima de que apostar por los balones largos con un equipo plagado de bajitos sea un contrasentido, están el empeño, la tensión y las ganas de morder. Ese abrupto cambio de ropaje dejó sin alma al Atlético. Es normal que perdieran los envíos profundos de Oblak o de Giménez, pero tampoco ganaron las segundas jugadas. Fueron los rojiblancos un equipo deshilachado, con la descoordinación propia de tantos suplentes puestos a jugar la vez, pero el ritmo fue impropio de este equipo. Lo contrario de esa unidad indivisible que suele ser, ya sea con la presión alta, media o baja.
Las decepciones fueron grandes en algunos casos. Óliver falló lo que no puede fallar, pases claros. La única manera que tienen de reivindicarse es con la pelota y tratando de imponer su fútbol. Los silbidos del Calderón aparecieron con el chico, que por momentos pareció superado por la situación. Thomas, con el que se intercambió de banda, también pareció desorientado. Vietto fue un delantero en permanente fuera de juego. Kranevitter ni marcó ritmo ni se impuso en el quite. Correa dio puntadas como un sombrero de espuela sobre Crespo y un disparo raso tras robar uno de esos balones que el Rayo suele jugar en el alambre. Juan Carlos palmeó bien abajo. De todos los secundarios fue el mejor, quizá porque también sea el más anárquico. Solo necesita el balón y el resto importa poco porque su inventiva a la carrera está por encima del desarrollo de los partidos.
El Rayo, plagado de bajas, dominó el encuentro por arriba y por abajo, pero le faltó decisión en ese primer tiempo aguado y soso. Embarba hizo alguna que otra escaramuza y Miku puso a prueba a Oblak antes de que Amaya desperdiciara un remate franco a la salida de un córner.
El descanso fue aprovechado por Simeone, que cumplió su primer partido de condena, para dar entrada a Koke por Gabi. Otro síntoma de que había cierto pensamiento en el duelo del martes en Múnich, que se intuye a pecho partido porque el Bayern también reservó artillería.
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