Minutos antes del partido, Thomas Müller tanteaba con sus pasos la hierba del Vicente Calderón. En cada pisada parecía querer comprobar el hundimiento de sus botas en el pasto. No conforme con ese experimento, el larguirucho delantero alemán se agachó y arrancó una briznas de césped que midió en la palma de su mano. La hierba rozaba los 30 milímetros marcados como tope por el reglamento de la UEFA y el piso estaba seco.
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