Ser ciclista significa, dicen los libros teóricos, ser capaz de entender lo que quiere el cuerpo y, entonces, con enorme fuerza de voluntad, negárselo. Lo llaman matar el instinto y sirve, fundamentalmente, para marcar la diferencia cuando los rivales se dispersan en ataques voluntariosos y aparentemente matadores. “La cabeza debe imponerse siempre a las piernas”, dice, más sencillamente, Nairo Quintana, quien en la etapa reina del Tour de Romandía mostró que se sabe muy la lección. Llevar el dorsal 51, el mismo que en su último Tour, el mismo que llevaron con el maillot amarillo Eddy Merckx, Luis Ocaña o Jacques Anquetil, exige a eso. El día que Chris Froome, el rival que le derrotó en sus dos Tours, se dejó guiar por un corazón orgulloso bajo la lluvia fría, el colombiano aseguró casi prácticamente su victoria en la carrera suiza, su segundo triunfo en una carrera de una semana en una primavera magnífica, camino de su desafío de julio en Francia.
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