El Camp Nou se ha quedado sin voz, a merced de una grada heterogénea, a veces fría (en ningún estadio se vive el suspense como en el azulgrana), en otras ocurrente (“Mourinho vete al teatro”), más pendiente de los minutos (por la independencia y en memoria de Cruyff) que del final de los partidos, sobre todo desde que se controlan las pancartas y los pañuelos han sido sustituidos por kleenex por la misma ley que los directivos ya no llevan grandes abrigos para tapar las derrotas sino que van a pecho descubierto para poder hablar de los tripletes y dobletes del equipo de Messi.
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