Un jugador en plena crecida es imprevisible. Un arma traicionera porque es difícil calibrar dónde tiene el techo. Un día es un pase con el exterior a la cabeza de Griezmann que derrumba al Barça y otro es un eslalon pleno de potencia, técnica y habilidad como el que trazó Saúl. Su tanto mantiene la fe del Atlético para colarse en la final de Milán. Hizo dos disparos entre los palos el equipo de Simeone y viajará a Múnich con un gol que defender. Un gol solitario, pero detrás de él hubo mucho sudor y mucho trabajo táctico para tratar de suplir la inferioridad técnica. Corrió el Atlético y jugó lo que pudo el Bayern, víctima del entusiasmo de un equipo que afronta la vuelta con ese 1-0 que pocos entrenadores gestionan tan bién como Simeone.
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