Cuando el colegiado señaló el final del partido frente a México, a Heung-Min Son se le cayó el mundo encima, expresado en una mar de lágrimas, un drama que le superó. Lo había intentado de todas las maneras y colores, siempre protagonista del fútbol de Corea del Sur porque de medio campo en adelante lo hace todo, constructor de los ataques y también punto final ocasional. Chutó con la derecha, con la zurda, desde fuera del área y desde dentro, alguna que otra falta y hasta un remate de cabeza. Pero no le salió nada hasta los últimos compases, cuando una arrancada en diagonal desde el costado la completó con un disparo con rosca que hizo estéril la estirada de Ochoa. Un golazo sensacional que no se animó a festejar porque al duelo le quedaba un suspiro. Para desgracia de Son, probablemente también a su carrera deportiva con las botas puestas.
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