Si Maradona es Dios, el Altísimo debe de tener la forma de un extoxicómano narcisista que agrede a las mujeres, insulta a sus rivales y dispara a periodistas, para luego sufrir desmayos. Su encarnación del partido con Nigeria, mientras sus acólitos lo sostenían como al anda de una procesión, recordaba al anciano barbudo del viejo testamento, una divinidad arbitraria y cargada de mala leche. Sin duda, nadie puede negarle poderes sobrenaturales: su altar, el palco VIP, era el único punto del estadio ruso iluminado por el sol.
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