Con más miedo que vergüenza, y no fue poco el sofoco, Japón llega a los octavos de final tras un remate ante Polonia que no merece renglones en el libro de sus mejores gestas. Se clasificó por juego limpio, curiosa paradoja si se considera que en el final de su partido se dedicó a no jugar al fútbol. Pero la normativa le premia porque sus fubolistas vieron en tres partidos cuatro tarjetas amarillas, dos menos que los senegales, que se van para casa. Es la primera vez en la historia de los Mundiales que se decide un equipo clasificado para la siguiente ronda por este motivo.
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