El 17 de junio de 1970, el Estadio Azteca de México asistió a la entronización del espíritu alemán. Ya existía, pero no había ascendido los últimos peldaños y alcanzado la hornacina reservada a las gestas personales y colectivas. El honor le correspondió a Franz Beckenbauer, apodado El Kaiser por su manera imperial de jugar, cuando, carente Alemania de cambios, decidió continuar jugando con un brazo en cabestrillo, tras romperse la clavícula. El partido lo ganó Italia en la prórroga (4-3), pero por encima del talento de Bonisegna, Mazzola o Luigi Riva, el encuentro quedó marcado por el brazo incorrupto de Beckenbauer.
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