Se acabó la aventura. Hace dos años, en Brasil, preferimos pensar que se trataba de un paréntesis, como cuando termina una relación y vas contando por ahí que os habéis dado un descanso, mintiéndote a ti mismo, confiando en que la cosa se arregle. El principio de la Eurocopa invitó a perseverar en el autoengaño: un gol de Piqué que nos recordó a Maceda en París (pero sin Schumacher y sin José Ángel de la Casa con la voz quebrada) y una maravillosa exhibición de Iniesta frente a Turquía parecían sugerir que la chispa aún estaba viva. Pero ya no cabe el engaño, porque el recuerdo de aquellos cuatro maravillosos años cada vez está más difuminado. Lejos queda el éxtasis de Viena, la pasión de Johannesburgo y el fervor de Kiev.
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