Desde el primer día en el que Álvaro Morata pisó la ciudad deportiva de la Juventus, en Vinovo, empezó a conocer los rigores del calcio,el profesionalismo exacerbado de los grandes clubes italianos. Rutinas tan exigentes como desconocidas para un chico de apenas 20 años. Llegada a las nueve o las diez de la mañana, controles de peso, de orina y de sangre, desayunar con el resto del plantel, gimnasio, sesiones de vídeo y una comida muy controlada. Entrenamiento invisible lo llaman en Italia. En el otro, sobre la hierba, también conoció enseguida qué tipo de territorio pisaba. El huesudo Chiellini, el barbudo Barzagli y el fortachón Bonucci han contribuido a su desarrollo como jugador, según el mismo Morata admite. “Me han apoyado mucho, necesitaba ayuda de todo tipo para conocer la táctica porque yo no tenía ni idea y para adaptarme a Turín. El cariño que me tienen se lo tengo yo a ellos”.
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