Las pequeñas molestias lo complican todo, hasta volverse gravísimas. Llegan muchas veces en los momentos más decisivos del año. Hasta entonces uno ha podido romperse una tibia, o el ligamento cruzado, pero se pasa seis meses en una mezcla de quietud total e intenso trabajo, y asunto arreglado; queda casi como nuevo. Transcurrido ese tiempo, ni se acuerda de que vivió al borde del abismo. En cierto sentido, la pequeña molestia es más seria; te pierdes sólo un partido, o dos. ¡Pero qué partidos! Parecía una tontería, y de pronto te enteras de que no juegas el siguiente encuentro, que es la semifinal de Champions.
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