Antes de caerse y sufrir, el jueves por la noche, Alberto Contador se llevó por la noche la cabra a su habitación, pero no para dormir con ella, con la áspera e incómoda bicicleta de contrarreloj, capaz de rasgar las sábanas y herir al corredor, sino para hacer un último ensayo con la posición con que se manejará. De sus sesiones en el túnel del viento, salió Contador el año pasado con una posición ideal a su entender –demasiado extrema, según algunos de sus consejeros—que no podrá adoptar en la gran contrarreloj del Giro: el dolor de su hombro dislocado y el temor de una nueva lesión lo impiden, lo que, en el fondo, puede resultarle beneficioso.
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