Hace mucho que Jorge Lorenzo no se disfraza. Que rehuye a la parafernalia en el podio. El año pasado se le quitaron las ganas de fiesta. Sufrió demasiado. Se le vio perdido. Pero ya no lo está. Ahora los que no entienden nada son sus rivales. Y él tiene bastante con permitirse saludar a la grada en la última vuelta, aunque la moto esté, en plena curva, con una inclinación de unos 60 grados. Ya van tres últimas vueltas así, lo que significa que acaba las carreras con una ventaja tan holgada que podría pasearse hasta la meta. El último fin de semana su jefe de mecánicos, Ramon Forcada, le recriminó, en broma, claro, que con aquel último giro le había manchado la hoja de tiempos, tan impoluta como la tenía, pura exhibición de constancia. Volvió a mancharla este domingo, en Mugello, el jardín de Valentino Rossi, el circuito de pruebas de las Ducati, el trazado en el que Márquez conoció la derrota más cruel.
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