En el vestuario del Barcelona dicen que la liturgia no cambia, se juegue lo que se juegue. “El calla, mira como si no mirara, a veces ríe y hablar, habla poco”. Salvo en los días de los partidos contra el Madrid de Mourinho, cuando se cortaba la tensión con un cuchillo, a Messi le gusta eso de atarse las botas y prepararse para un partido y se le suele ver relajado. Y si es una final, más. “Se le nota metido, pero tampoco te creas que se pone muy tenso”, explican. Antes, en un rincón, junto a Silvinho, cuando llegó al primer equipo, ahora presidiendo el espacio, omnipresente y todopoderoso, ha llegado un punto para Leo Messi que le da igual jugar un amistoso, una final, veinte que ciento. Lleva 23 y 20 goles, que se dice pronto. Y es que de final en final, al final siempre acaba haciendo lo mismo: meter un gol. Decisivo lo por igual, en el campo del Almería, o en la final de la Champions League: en las dos que ha jugado, en las dos ha marcado. “Como si fuera tan fácil”, le reconoce Xavi, que alimenta su leyenda de titulo en título.
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