Cuenta un testigo que cuando Rigo Urán terminó la contrarreloj del sábado, se bajó de la bicicleta como un viejo artrítico, a cámara lenta sus movimientos doloridos, tan expresivas como sus demostraciones de alegría en sus grandes momentos, sus muestras de sufrimiento. Enfermo y machacado, sin esperanza de poder repetir su segundo puesto de los últimos dos años, Urán, el colombiano que le disputa a Nairo Quintana el cariño de su país, sigue, sin embargo corriendo el Giro. Sufriendo como desde el primer día. Obstinado como una chacona de Bach. Perdió 8m clavados en la cima del Patascoss, dos kilómetros por encima de la estación de esquí de Madonna di Campiglio, donde dos españoles, un vasco de Álava, un madrileño de Pinto, tan obstinados como él y quizás intoxicados por el aire dolomítico, puro, de la materia de la que están hechos los sueños de los ciclistas que sueñan con ser míticos, se enzarzaron en un espectacular pugilato sobre pedales, golpe y contragolpe, por demostrar quién de los dos era más Pantani que el otro.
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