Hubo un tiempo en que el Barça fichaba a niños de pueblo, hijos muchos de la Cataluña rural y algunos del área metropolitana, pequeños que apenas levantaban un palmo del suelo, incapaces de tirar a portería y de regatear, cuya principal virtud era la de anticiparse a la jugada para evitar el cuerpo a cuerpo con el grandullón del barrio o de la calle, críos que solo tenían cabeza, como le gustaba decir a su descubridor futbolístico Oriol Tort. Niños intuitivos de apellido Guardiola o de nombre Xavi. El secreto de su juego no estaba en sus piernas ni en su carrocería sino en su mente despierta, sabia e inteligente; en sus pies exquisitos y rápidos técnicamente; y sobre todo en su manera de ser, muy familiar, próxima a su casa, a su plaza, a su ciudad, como es el caso de Xavi Hernández i Creus.
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