“Como decía Moncho Monsalve: ‘Antes de Michael Jordan ya existía Nate Davis”. La frase la rescata Carmelo Cabrera de su vívida memoria para dimensionar la figura del “extraterrestre” con el que se cruzó hace 40 años. Cabrera, verso libre y fantasista del Real Madrid pluricampeón de los años 70 —“el Globetrotter blanco”, como apodaron al base canario por su estilo de juego—, llegó a Valladolid en 1979 después de más de una década como madridista y allí vio el cielo abierto al coincidir con el fenómeno Davis, un alero estadounidense de Carolina del Sur que la temporada anterior había aterrizado en España con la misión de sustituir al histórico Essie Hollis en el Askatuak de San Sebastián. Juntos, Cabrera y Davis, imaginativo pasador y asombroso finalizador, transformaron el baloncesto español en un espectáculo desconocido en aquella época. Apenas un par de años, el tiempo que les dejaron jugar juntos, les bastaron para hacerse eternos en el imaginario colectivo de los aficionados a base de alley oops nunca antes vistos.
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