Recuerdo la ilusión con la que esperábamos la celebración del emblemático Trofeo Conde de Godó todos los jóvenes que entrenábamos en el Tenis Club Barcelona a finales de los años 70. Teníamos 17 o 18 años y después de anticipar durante meses la llegada de nuestros admirados tenistas, teníamos la posibilidad, junto con otros chavales de clubes cercanos, no solo de verlos de cerca, sino también de hacer de líneas en sus partidos.
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