No se sabe por qué, pero muchas veces da la impresión de que un partido que no ha arrancado todavía se va a acabar enredando, sin tener claro de qué manera ni por qué causa. En San Mamés, a la hora de comer, flotaba en el ambiente esa intuición. Lucía el sol, había dejado de llover de madrugada y la temperatura era agradable, pero la cosa estaba rara ya de serie. Que el Granada le cambiara el campo al Athletic ya fue un síntoma; que el héroe del domingo anterior, el portero Unai Simón, fallara a la primera, o se resbalara, que pudo ser, y no encajara el primer gol pese a que Herrera remató a un metro de la línea, fue otro de los indicios.
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