"La inconsciencia es la madre de la sabiduría". Con esas palabras me explicó Rincón por qué él sí creía, frente al escepticismo de los demás. Hablo de aquella noche de 1983 del 12-1 contra Malta, en Sevilla, campo del Betis, entonces aún Benito Villamarín. La mano venía dura. Se trataba de clasificarse para la Eurocopa de 1984, aquella de Francia en la que llegamos a la final y a Arconada se le escurrió un balón que no empaña su trayectoria.
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