Había una vez una vez un futbolista muy singular de nombre Tomás Felipe Carlovich, hijo de un fontanero llegado de Yugoslavia, último de siete hermanos, nacido en Rosario, la tierra de Messi, Menotti, Bielsa y Tata Martino, y también la del Negro Fontanarrosa y del Che Guevara, “la ciudad moderna donde la historia asoma a cada paso” (Clarín), un lugar “purista” (Ángel Cappa), un sitio en que gusta “la lentitud” (Enric González), el mejor escenario para contar cuentos, advierte el propio Carlovich. A pesar de formar parte de las divisiones inferiores de Rosario Central, su equipo durante los setenta fue el Central Córdoba, de la Segunda División, y la única vez que fue convocado para un partido de la selección prefirió ir a pescar sin que se sepa si estuvo lejos o cerca del río Paraná.
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