dimanche 23 juillet 2017

El idiota de los calendarios

En el comercio donde comprábamos el matarratas, los sulfatos para las patatas o las simientes, regalaban cada verano un pequeño libreto con todos los partidos de la Liga. Aquel calendario de fútbol abultaba solo un poco menos que el calendario Zaragozano, que daba la predicción meteorológica para todo el año. Algunos adultos lo llevaban en el bolsillo de la camisa, igual que un paquete de Fortuna o el carné de conducir que se doblaba en tres. Yo lo guardaba en el escritorio en el que hacía los deberes al llegar del colegio, para distraerme de lo importante. En la infancia, si tenías héroes que jugaban al fútbol, toda tu vida sentimental se encontraba en aquellas páginas. El calendario te permitía mirar al futuro y mostrar confianza en la suerte de tu equipo. Era como leer en la palma de la mano. Al lado de los encuentros se incluía una casilla para apuntar los resultados de cada jornada. A veces, en un margen, anotabas “golazo de Schuster”, “robo en el Bernabéu” o “expulsión de Arteche, patadón indescriptible”, y tenías la sensación de llevar un diario. Cuando te sentías atribulado, consultabas la fecha del derbi o del clásico, y si faltaban solo una o dos semanas, se te pasaba al instante.

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