Que levante la mano quien no conozca a Rafael Nadal (Manacor, 31 años). O, mejor dicho, le guste o no el deporte, lo siga más o menos, aborrezca el tenis o lo adore, que levante la mano quien haya llegado hasta aquí y no haya alguna vez disfrutado, sufrido, maldecido, celebrado, llorado, reído o, a fin de cuentas, se haya emocionado con alguno de los pasajes protagonizados por él, el adolescente que toda España y el mundo entero vio crecer hasta convertirse en el hombre que es hoy. Un icono, una superestrella mundial que, sin embargo, ha poseído siempre un poderoso don del que carecen muchas otras figuras del deporte: la familiaridad, el encanto, la cercanía.
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