En los años 20, Ernest Hemingway se embriagó en un velódromo contemplando la pureza de la velocidad de los sprinters que se lanzan en picado después de minutos de surplace y la resistencia de un stayer que se anima succionando con un tubo de goma coñac de una bolsa de agua caliente bajo su maillot antes de lanzar un ataque. También vio cómo Gustave Ganay, un ciclista, se mataba en una prueba de medio fondo tras moto en el velódromo del Parque de los Príncipes, la pista de cemento más perversa de todo París. “Le vimos caer y oímos el crujido de su cráneo bajo el casco protector al cascarse como un huevo duro que golpeas contra una piedra para pelarlo en un picnic”, escribió en su París era una fiesta.
source Portada de Deportes | EL PAÍS http://ift.tt/2eE1tgk
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire