Cuando Juan Antonio Pizzi y Gerardo Martino se abracen con respeto y aprecio antes de sentarse en los banquillos del Metlife Stadium seguramente reducirán en un fugaz viaje en el tiempo los más de 8.000 kilómetros de distancia que separan el estado de Nueva Jersey de la provincia argentina de Santa Fe. Sus trayectorias futbolísticas se cruzan desde finales de los ochenta. En esa época Pizzi, nacido en Santa Fe capital, era un veinteañero que comenzaba a vivir del gol en Rosario Central. Había perdido un riñón con 18 años, tras un choque con el portero Bonano en un entrenamiento. Dos años después el legendario técnico Ángel Tulio Zoff le hacía debutar en Primera. Central era el vigente campeón nacional, y Pizzi todavía recuerda que la bienvenida a la máxima categoría se la dio el central de River Oscar Ruggeri con un codazo en el pómulo. El Tata Martino, oriundo de Rosario y seis años mayor que Pizzi, ya abanderaba un equipazo formado por canteranos de Newell’s que ganaba títulos y dictaba cátedra. En el viejo estadio de Newell’s, Parque Independencia, solía escucharse un cántico destinado al nuevo ídolo: “Boca no te vayas, Boca vení, quédate a ver al Tata, parece Platiní”.
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