La decisión de Sándor Csányi, el presidente de la federación húngara de fútbol, fue bien impopular porque se consideraba que era un entrenador de perfil bajo que no casaba con la afición ni los jugadores. Nueve meses después, justo tras la derrota en el primer partido de la fase de clasificación para la Eurocopa ante Irlanda del Norte, Attila Pintér quedaba relegado del banquillo. Se contrató a Pál Dárdai por tres encuentros, después se anunció que seguiría hasta el final de la fase y unos días más tarde el Hertha de Berlín –club en el que tiene el récord de partidos como jugador- le hizo una oferta que aceptó y que no le permitía compaginar los dos trabajos. Pero el equipo había funcionado (dos triunfos y un empate) por lo que Csányi escuchó a Dárdai, que le aconsejó dar la batuta a Bernd Storck, un entrenador que él había traído para dirigir el fútbol base de la selección y que agitó los cargos técnicos con el ascenso de cargo. Y funcionó porque a pesar del trasiego de técnicos, Hungría ya no mira al pasado.
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