Un club que empuja. El madridismo ama el espectáculo, pero no lo asocia a un modo futbolístico de ser, sino al talento de sus jugadores. Son ellos quienes impusieron su sello. El Madrid de Di Stéfano es el mito fundacional del carácter ganador del club, pero luego llegó el Madrid ye-ye, el de La Quinta, el Galáctico… Nunca es un entrenador el que se instala en la memoria. Creo que eso es sano, porque nos habla del poder real: el fútbol pertenece a los jugadores. Ahora llegamos a este Madrid también ganador, aún sin nombre porque, desde Cristiano hasta Ramos, pasando por el poder de los centrocampistas, le sobran nombres. Lo esencial es que cuando un jugador llega al Madrid aprende de inmediato que todo lo que no sea ganar se llama catástrofe. El club se limita a pedirles que estén a la altura de la historia. La afición también, y sin ninguna amabilidad. El que soporta esa presión es apto.
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