jeudi 1 août 2019

Valentino Rossi asegura que le queda gas

En el verano de 1996 la República Checa se mecía en una nube tras haber llegado, su selección de fútbol, a la final de la Eurocopa de Inglaterra. Solo un gol de oro de Bierhoff en la prórroga impidió a los checos, liderados por Nedved y el melenudo Poborsky, tumbar a Alemania y alzarse con la copa. El hito hubiera supuesto reverdecer los laureles logrados, antes de la división del país, por la poderosa Checoslovaquia de la Euro 76, un equipo que pasó a la historia empujado por el descaro de Panenka. En el circuito de Brno, aquel agosto de 1996, un larguirucho adolescente italiano le mostró al público checo que el atrevimiento no es exclusivo de una tanda de penaltis. A lomos de una Aprilia amarillo chillón decorada con el número 46, el joven Rossi se anotó hace 23 años su primera victoria mundialista. Brno veía nacer un mito. Un año después, en el mismo trazado, Rossi se apuntaba su primer título de campéon del mundo.

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